¿Sabías que el comandante Padre Gaspar García Laviana dejó una marca tan profunda en Nicaragua que, décadas después, su nombre sigue siendo sinónimo de valentía, fe y justicia revolucionaria?
En el 47 aniversario de su paso a la inmortalidad, el país y por su puesto la comunidad universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, León (UNAN-León), recuerda hoy a este misionero asturiano que decidió hacer de la defensa del pueblo su forma más alta de servicio cristiano.
Gaspar García Laviana nació el 8 de noviembre de 1941, en la pequeña aldea de Les Roces, en Asturias-España. Desde niño, entre el ir y venir de la vida minera que marcaba a su familia, fue aprendiendo el valor del esfuerzo y la solidaridad, así como la fuerza necesaria para enfrentar los momentos difíciles, una formación temprana, sencilla y profundamente humana, que moldeó la vocación que lo acompañaría toda la vida.
Con el paso del tiempo, su inquietud espiritual lo llevó a ingresar, en 1966, a la Orden del Sagrado Corazón. Allí recibió la ordenación sacerdotal y, desde el primer momento, dejó claro que no sería un cura común, sino alguien que prefería estar del lado de quienes sufrían, denunciando sin miedo las injusticias y las desigualdades que golpeaban a los más humildes.
Fue en 1969 cuando su camino lo llevó a Nicaragua. Llegó como misionero a las parroquias de San Juan del Sur y Tola, sin imaginar que aquellas tierras se convertirían en el escenario que marcaría su vida para siempre. Lo que encontró allí fue una realidad dura: comunidades sumidas en la pobreza, el analfabetismo y el peso asfixiante de la dictadura somocista.

Poco a poco, Gaspar se convirtió en un defensor incansable de los campesinos y de todos los que no tenían voz. Su fe, lejos de quedarse en el templo, salió a los caminos, a las casas humildes y a los lugares donde se vivía la injusticia. Para él, creer significaba actuar, acompañar y, cuando fuera necesario, confrontar, lo que significo, unir su vocación cristiana con una profunda conciencia revolucionaria.
Con el tiempo, su camino lo condujo a una decisión que marcaría para siempre su destino: unirse al Frente Sandinista de Liberación Nacional, no por ambición ni por buscar un puesto político, sino movido por una convicción profunda. Entendió que, mientras el pueblo siguiera sufriendo, él no podía permanecer al margen; defender al prójimo no era para él una elección, sino un mandato de su fe. Así, su paso a la lucha armada no brotó de la violencia, sino de la certeza cristiana de que proteger la dignidad humana también era una forma de servir a Dios.



El 11 de diciembre de 1978, en el lugar llamado “El Infierno”, Gaspar García Laviana entregó su vida, apenas siete meses antes de que el sueño revolucionario que ayudó a forjar se hiciera realidad. Una emboscada traicionera de la Guardia Nacional apagó su voz mientras lideraba con valentía la columna Benjamín Zeledón.
Pero la muerte no pudo silenciar su ejemplo. Hoy, su legado florece en aulas, hospitales y bibliotecas que llevan su nombre, en la educación y la salud que él soñó para su pueblo. Gaspar no fue solo un sacerdote ni únicamente un combatiente: fue un hombre cuya fe se convirtió en acción, cuya vida demostró que amar también significa luchar, y cuya memoria sigue iluminando a quienes creen que la dignidad humana vale más que cualquier temor.














