La historia de una Madre que no se rindió

Ana Francisca Pastran Oviedo tenía un sueño: ser doctora. Y no era un simple deseo; era una meta por la que luchó, tanto así que, con esfuerzo y disciplina, logró ganarse una beca para estudiar medicina en la hermana República de Cuba, un sueño casi imposible para muchas jóvenes del campo.

Justo cuando parecía tener el futuro en sus manos, la vida —esa que no avisa— le hizo una jugada, quedando embarazada a los 17 años, por lo que su sueño, tuvo que ser guardado, como quien pone una flor en pausa, con la esperanza de que algún día vuelva a rebrotar.

Nacida en San Juan de Cinco Pinos, Ana enfrentó lo que para muchas jóvenes habría sido el fin del camino. “Quería estudiar, quería ser doctora, pero la maternidad me obligó a detenerme, fue duro y sentí que todo se me venía encima”, dice con la mirada brillante de quien ha llorado por dentro sin rendirse jamás.

Durante más de una década y media, sus estudios quedaron postergados a un bisbiseo lejano, pero su espíritu permaneció intacto, guardando la esperanza de un nuevo comienzo.

 “Ser madre soltera no es nada fácil, hay días en que te sentís estancada, como si ya no pudieras más”, confiesa con honestidad y coraje.

Y entonces, como una llama que se niega a morir, llegó en el 2020 la Universidad en el Campo (UNICAM), y con ella, la oportunidad de estudiar sin limitaciones para Ana.

“Cuando UNICAM tocó mi puerta, sentí que se abría una ventana en medio de tanta oscuridad y me dije: ¡Es posible! Hay una oportunidad para mí, tomé el reto, me armé de valor y decidí estudiar para ser un ejemplo para mi hijo”, dice con orgullo.

Estudió como solo estudian las mujeres que aman con todo el cuerpo, estudió entre el humo de la cocina, estudio mientras tendía ropa, mientras otros le decían que ya era tarde, que sus sueños se habían escapado, estudió paso a paso, página a página, clase a clase, porqué sabía que no hay calendario que mida la fuerza de una madre que se levanta por amor.

“Mi hijo está orgulloso de mí. Me dice: Mamá, yo voy a estudiar por usted… y eso me impulsa cada día, es más, cuando me vio con mi bata blanca, me dijo: Mami, quiero ser enfermero, entonces, ¿qué más puedo pedirle a la vida?”, cuenta, con la voz cargada de emoción.

Cada generación tiene su propia forma de resistir. Las heroínas y mártires de la Revolución lo hicieron desde las trincheras de la historia: Blanca Aráuz con su telégrafo y su temple; Nora Astorga con su valentía jurídica; Mildred Abaunza, Bertha Calderón, Claudia Chamorro… todas con una causa y en la en la generación de Ana, la resistencia tomó otra forma: criar con ternura y creer contra todo pronóstico, que los sueños siguen vivos.

“Hoy no soy solo una egresada más; soy, un ejemplo y un símbolo de esperanza para quienes dudan si es posible volver a empezar. Cinco años después, le diría a aquella joven que fui: ¡Wao! Lo lograste, eres increíble”, afirma, entre lágrimas contenidas.

De Igual forma, Ana reconoce y resalta el apoyo invaluable del Gobierno Sandinista y expresa su gratitud a nuestro copresidente comandante Daniel Ortega y la copresidenta, compañera Rosario Murillo.

“Agradezco al Gobierno Sandinista, a nuestro copresidente y copresidenta, Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes se tocaron el corazón y nos dieron esta oportunidad, abriendo caminos para que sueños como el mío se conviertan en realidad”.

Y es que, en algún momento, Ana soñó con la bata blanca y el título universitario como símbolos de éxito, sin embargo, con el tiempo comprendió que su verdadera vocación va más allá del reconocimiento formal.

“Ya no sueño con ser doctora, pues, sé que, como enfermera, hago una diferencia, y aunque el futuro sea incierto, no pienso detenerme, me visualizo ayudando a otros, cursando posgrados y convirtiéndome en un referente dentro de mi comunidad”, nos comenta sonriendo.

Con el corazón lleno de gratitud, Ana hace un llamado poderoso para todas las madres y mujeres que sueñan con un futuro mejor:

“Tú puedes, nosotras podemos, siendo madres, siempre y cuando mantengamos viva la visión de luchar por nuestros hijos, de enseñarles buenos principios y de empoderarlos”, finiquita de una manera segura.

La historia de Ana Francisca es la prueba viviente de que los sueños no tienen fecha de caducidad, recordándonos que renacer no solo es posible, sino necesario y que cada paso dado con amor y perseverancia construye un legado invaluable para los hijos y para la comunidad. Y como toda madre nicaragüense bien sabe: “La revolución se hace con el corazón, con la fuerza de la esperanza y la lucha diaria por un futuro digno para nuestros hijos.”